martes, 27 de agosto de 2013

El Gobierno de José de San Martín en Mendoza

San Martín asume como gobernador de Cuyo en 1814. Poco tiempo después llegan a Mendoza los patriotas chilenos derrotados en Rancagua. A una ciudad de 10.000 habitantes llegan 3.000 emigrados. Entre ellos Bernardo de O'Higgins y los hermanos Carrera. San Martín simpatiza con el primero de ellos y cuando se manifiesta una disidencia entre los Carrera y O`Higgins, el gobernador de Cuyo ordena que los Carrera vayan hacia Buenos Aires.
A mediados de 1815, la Junta de Observación, heredera de la Junta Grande, sanciona el Estatuto Provisorio que debía regir a las Provincias Unidas y a mediados de año se realizó la elección de los diputados que debían concurrir al Congreso General convocado en la ciudad de San Miguel de Tucumán. Don Tomás Godoy Cruz y Don Juan Agustín Maza serían los representantes por Mendoza, de acuerdo al resultado de las elecciones y la influencia de San Martín.
A fines de julio de 1816 llegó la circular de Narciso Laprida, presidente del Soberano Congreso de Tucumán, notificando la declaración de la Independencia. Ya era la hora de San Martín y el Ejército de los Andes. Es por ello que el general solicita el relevo de su cargo de gobernador, como premio a sus esfuerzos, para dedicarse a la organización de ese grupo de hombres unidos en armas y bajo el mismo desafío: la libertad americana. El Cabildo de Mendoza cede a San Martín y a su hija, 200 cuadras de terreno en Barriales, mientras es nombrado su sucesor al frente del Gobierno de Cuyo: el general don Toribio de Luzuriaga, un eficaz colaborador de la empresa sanmartiniana, quien asume el cargo el 24 de setiembre de 1816. Hacia fines de 1820 con el desmembramiento de Cuyo y la proclamación de San Juan y San Luis como provincias independientes, Luzuriaga resuelve poner fin a su gobierno.
  Monumento a San Martín en la ciudad de 
Buenos Aires

Una economía de guerra
No hay campaña militar que pueda realizarse sin los recursos indispensables para cumplirla con éxito. La economía cuyana no hacía presumir que tales recursos pudieran obtenerse. Por ello, al asumir su cargo en esta ciudad, San Martín preparó el terreno en todos los sentidos, adecuándolo al esfuerzo que se aproximaba, y a la gloria que parecía más un espejismo del vasto desierto.
Sus medidas debían ser lo suficientemente elásticas como para responder a las cambiantes condiciones políticas y militares, pero basadas en las reales condiciones imperantes en el comercio, la industria y la producción mendocina de aquellos años, seriamente perjudicadas por la reconquista realista del vecino Chile. La guerra debía comenzar antes en la economía, y la primera batalla consistía en aumentar los recursos y disminuir los gastos. Para esto, estableció contribuciones especiales, regularizó impuestos y fijó gravámenes para el sostén del ejército, en un delicado equilibrio que marcó la más severa imposición sin destruir los recursos productivos y a su vez conformando fondos de reservas a los cuales recurrir cuando la situación así lo demandara. Medidas y requerimientos que debían lograr sus objetivos sin provocar descontento ni oposición. Con firmeza, el futuro libertador buscó el difícil equilibrio, pero hombre hecho al fin para sortear dificultades, encontraría un justo término y la respuesta favorable de sus gobernados.

Las mejoras económicas
Luego llegaría el momento del estratega militar, mientras tanto se imponía en San Martín el estratega político y económico. Desde septiembre de 1814, Mendoza es testigo de una notable acción de gobierno plena de logros e innovaciones. La activación económica lo llevó a estimular la producción en general. Con ampliación de los canales de riego y su saneamiento extendió las áreas cultivables, y con el cateo de minas de cobre y plomo, logró promover la minería mendocina.
Prosperaron durante su gobierno las industrias de curtidos, tejidos y talabartería. También lo hicieron los ramos de herrería y la preparación artesanal de sencillos productos alimenticios que abastecieron tanto al ejército como a la población civil.
San Martín no descuidó la ciudad, exhortó a los vecinos a blanquear los frentes de las viviendas, limpiar la extensión de la Alameda, y colaborar en el equipamiento del ejército. El orden que puso en la actividad de las pulperías, las disposiciones contra el juego, y la regulación del tránsito con la prohibición de galopar en las calles, redundaron en la seguridad de sus habitantes. También la Salud preocupaba al general, y se ocupaba como hombre de acción que era. Con la creación de dispensarios y otras implementaciones, mejoró la calidad de la salud pública. La creación de nuevas postas de correo en Mendoza y en San Juan dio un nuevo impulso a las comunicaciones.
Encaminadas sus tareas gubernamentales, San Martín fue dedicando más tiempo a la formación del ejército. Sobre la base de las tropas existentes en Cuyo más el aporte de los auxiliares de Chile, fue desarrollando la maquinaria bélica destinada a libertar medio continente. Con respecto al área militar, introdujo tácticas napoleónicas y preparó especialmente a los hombres llegados de diferentes puntos del país.
La formación de este ejército de excelencia, requería un lugar adecuado en las cercanías de la ciudad, búsqueda que concluiría en el paraje El Plumerillo, donde nacería el campo de instrucción y escuela de las tropas sanmartinianas.
Los oficiales completaban su formación con clases teóricas en las que recibían instrucción en tácticas y estrategias europeas que muchos de ellos sabrían aplicar en la Campaña y en guerras posteriores.
Más allá de las discusiones acerca de la ubicación del Campo de Instrucción, que ha concitado el interés de los historiadores, el actual emplazamiento del Campo del Plumerillo, el mismo Cristo Redentor y las distintas rutas sanmartinianas de la Provincia, se constituyen en perdurables e inequívocos testigos que revelan a quien los recorre, las enormes dificultades que debieron ser salvadas por el genio militar del general San Martín para convertir su sueño de independencia sudamericana en una realidad tan cierta y tangible, como arduo y complejo el modo de alcanzarla.


                                                                     La historia revivió El Plumerillo

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